La temporada de la Cuaresma

Aunque para algunos cristianos la Cuaresma siempre ha sido parte de la vida espiritual, a otros no les es familiar. La Cuaresma es una temporada antes de la Pascua durante la cual, históricamente, los cristianos han preparado sus corazones para la Pascua con reflexión, arrepentimiento y oración. La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza, continúa durante cuarenta días (excepto los domingos) y culmina con el Viernes Santo y el Sábado Santo. Dado que los domingos son celebraciones semanales de la resurrección de Jesús, los seis domingos de Cuaresma no se cuentan como parte de la temporada de cuarenta días, la cual se centra en la introspección, el autoexamen y el arrepentimiento. Muchos cristianos optan por celebrar un ayuno durante la temporada de Cuaresma, pero el enfoque no es tanto privarse de algo, sino dedicarse a Dios y a sus propósitos en el mundo.

La temporada de Cuaresma nos lleva a través del dolor de los últimos días de Jesús antes de su crucifixión. Mientras leemos la conversación personal de Jesús con sus discípulos en el aposento alto, imaginamos la alegría de la amistad junto con la tristeza de la traición inminente. Al entrar en la oscuridad del arresto, el juicio y la golpiza de Jesús, lloramos con esos primeros cristianos, y en nuestros esfuerzos por salvar a Jesús de nosotros mismos, nos afligimos tanto por nuestras traiciones como por las de Pedro.


Para muchos cristianos, es costumbre ayunar de algún tipo de placer o indulgencia durante la Cuaresma. Al determinar de qué ayunar, a menudo seleccionamos algo que percibimos que está obstaculizando el crecimiento en nuestra relación con Jesucristo. Pero las formas más antiguas de ayuno —el abstenerse de alimento o el seguir una dieta estricta— no se hacían en un esfuerzo por eliminar los placeres pecaminosos de la vida de uno. Quizás al perder el arte del ayuno, hemos perdido la comprensión de lo que se puede ganar al renunciar voluntariamente a una supuesta necesidad. A lo largo de la historia bíblica y cristiana, muchos han ayunado durante períodos razonables y saludables. Es cierto que las expectativas de gratificación instantánea en nuestra cultura no reaccionan bien ante la negación de la nutrición. ¿Será que Dios tiene algo que revelarnos en medio de nuestra momentánea abnegación? (Ver Isaías 58:1-14).

Cuando ayunamos de comida o tecnología (o de cualquier otra cosa que capture nuestros corazones y amenace con tomar el lugar que solo Dios puede llenar), podemos vernos tentados a sentir orgullo o arrogancia por nuestro sacrificio. Lo mismo a lo que renunciamos a veces clama dentro de nosotros como una «necesidad» que debe ser satisfecha. En lugar de enfocarse en Jesucristo, nuestra atención puede verse atraída peligrosamente por aquello a lo que hemos renunciado por voluntad propia.
Aun así, la práctica de la Cuaresma puede ser una disciplina valiosa. Es difícil comprender lo que nuestro continuo sentido de derecho le hace a nuestros cuerpos y almas. Nuestra cultura adora a los pies del placer, inclinándose profundamente ante todas sus deliciosas ofrendas. Podemos volvernos insensibles a nuestras necesidades y a las verdaderas ansias en nuestras vidas. Observar la Cuaresma puede ayudarnos a luchar contra las causas de nuestro consumo perpetuo. Cuando decidimos renunciar a aquello que no nos satisface en verdad, nos enfrentamos cara a cara con algunas preguntas difíciles. ¿Podemos creerle a Jesús cuando dice: «La gente no vive solo de pan, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios»?


La tradición de la Cuaresma, un sacrificio de cuarenta días, es una forma de llorar la muerte que el pecado ha causado en nuestras vidas. Cuando vemos a Jesús resistir perfectamente la tentación de Satanás en el desierto, admitimos nuestras propias deficiencias, nuestros propios sacrificios inadecuados. Este período de «abandono» nos recuerda de manera profunda nuestra desesperada necesidad de Jesucristo (ver Génesis 2:4–3:24).

En esta temporada, recordamos el gran sacrificio que hizo Jesucristo y el perdón que pagó con su vida. Confesamos que nuestros pecados se han interpuesto en el camino de una relación con Dios. Entonces, en esta temporada, meditamos en la santidad de Dios, y nos preguntamos cómo sería estar llenos solo de intenciones amorosas y motivaciones saludables, como nuestro Dios.